516.jpg
Si las Highlands, con sus dramáticos paisajes y castillos de viejos clanes, son el corazón escocés, Glasgow es el centro intelectual y Edimburgo, el alma de un país celoso por su historia y acervo cultural.

El centro de la capital escocesa, llamado Old Town o ciudad vieja, se distingue por sus inusualmente altos edificios góticos, que pueden llegar a 20 pisos y se suceden como la maqueta de un film de Tim Burton. La conservación de este conglomerado medieval le valió a la ciudad la mención de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1995.

Pero la maravilla visual no sería tan grande si la ciudad no estuviera montada sobre una extinguida zona volcánica, geografía que atestiguan sus serpenteantes calles de abruptas subidas y bajadas.

Caminando desde la periférica New Town, construida en el siglo XVIII para descongestionar al centro medieval, la arquitectura georgiana se desenvuelve en círculos; a medida que se avanza en dirección a George Street y St. Andrew Square surge la majestuosa vista de edificios góticos y puntos de referencia como el Balmoral Hotel o el National Monument, una suerte de acrópolis griega que, sumado a los accidentes geográficos, le otorgó a Edimburgo el apodo de la Atenas del Norte.

De golpe, las calles se cortan en una pedregosa ladera y en lo alto puede verse parte del Flodden Wall, el muro defensivo de la vieja ciudad erigida en 1513 para resistir las invasiones inglesas. A escasos metros, moviéndonos hacia Princes Street, con sus shoppings y galerías de arte, el Castillo de Edimburgo se eleva con la imponencia de pocas fortificaciones europeas. De noche, la ciudad enciende las luces al castillo para mostrar la grandeza de su protector, que ha permanecido así, en vigilia, durante más de mil años.

Imagen: Global

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el permalink.