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En 2014 Escocia celebrará los 700 años de la batalla de Bannockburn, en la que las aguerridas tropas dirigidas por Robert Bruce vencieron a los invasores ingleses, sólo seis meses después de la ejecución del caudillo rebelde escocés William Wallace. Aquella victoria les dio una independencia, que se mantuvo durante casi cuatro siglos.

Casualidad o no, coincidiendo con el aniversario de la campaña de Bannockburn, cinco millones de escoceses podrían estar llamados a decidir en las urnas si quieren o no decir adiós al Reino Unido y recuperar su independencia, si finalmente el Gobierno de David Cameron accede a fijar la fecha del sufragio en 2014.

Tanto Edimburgo como Londres alimentan un encarnizado debate sobre el referendum que, por un lado, trata de convencer a los escoceses de las bondades de vivir separados de sus vecinos, mientras que por otro les advierte de los inconvenientes que tendría la irrupción de una nueva nación independiente en la convulsa situación geopolítica y económica del Viejo Continente.

El último en calentar el asunto ha sido David Lidington, Secretario de Estado británico para Asuntos Europeos, quien ha afirmado que una victoria del ‘sí’ en la votación implicaría que “los escoceses podrían necesitar pasaporte para entrar en territorio británico”.

De acuerdo con lo decidido por el Consejo de Europa el 29 de mayo de 2000, a Reino Unido se le reconoce una opción, conocida como ‘opt-out’, que le permite suspender temporalmente o de manera indefinida la libre entrada de ciudadanos europeos.

En virtud de esta concesión, el Gobierno de Downing Street podría obligar a los escoceses a pasar exhaustivos controles de pasaportes cada vez que accedan a territorio británico, lo que supondría un grave perjuicio económico y operativo.

Vía: La Información
Imagen: La Información

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